Norma Morandini es una de las periodistas más reconocidas en el mundo. Fue una testigo privilegiada de gran parte de la historia política argentina de los últimos 40 años. En una extensa charla deja sentada su posición, su pensamiento sobre el pasado, el Kirchnerismo y los Derechos Humanos.
Por Eduardo Huaity González
En una tarde soleada en Cachi bajo la penumbra fresca de una hermosa sala, Morandini desgranó su intensa vida. Desde su infancia en el Norte de Córdoba, el Exilio en Europa a su paso por el Congreso de la Nación. Para muchos que vivieron el retorno a la democracia en los 80, sus artículos eran de lectura obligatoria. “Estoy en una etapa de la vida en donde uno tiene una ventaja; yo digo que los años traen cosas buenas, lástima que los otros no lo ven. Y entre las cosas buenas está el poder mirar hacia atrás en un sentido de perspectiva, es decir, la perspectiva histórica en donde uno ha vivido y la perspectiva existencial de lo que uno ha sido y es” confiesa, mientras termina de acomodarse en el sillón de la Sala.
¿Dónde naciste?
Soy del norte de Córdoba, de Deán Funes, un pueblo de 25 mil habitantes en la época y si miro hacia atrás, me doy cuenta que he sido siempre rebelde. A veces ironizo, me pongo cínica y digo que gracias a haber nacido en un hogar árabe (mi madre era libanesa) y entonces desde que veía que mi abuela le servía mas kepe, que me encantaba, a los primos varones. Es entonces que hago esa broma para entender.
¿Fue todo rebeldía o hubo otro acicate en tu vida?
Si tengo que pensar cual fue el impulso en mi vida, ha sido la rebeldía y la curiosidad. Después he sido una típica chica de los años 70. Mis padres hicieron sacrificios para que yo terminara el secundario en el Normal en Córdoba. Después entré a la Facultad, yo quería estudiar psicología, como pasaba en la época, tuve la influencia muy poderosa de dos tíos médicos que pensaban que la psicología era una cosa menor y que tenía que estudiar medicina y después hacer psicología. Pero bueno, yo empecé en la Universidad de Onganía, después vino el periodo del Cordobazo y lo digo porque ese contexto moldea y como me pasa a mi hoy, miro hacia atrás y pienso que yo estudié periodismo, pero cuando yo estudié periodismo no me formaban en la universidad para ejercer periodismo como algo inherente al sistema democrático; nos formaban para la revolución socialista.
Esa fue la educación de los años 70…
Sí. Si yo tengo que mirar en una perspectiva histórica, veo que fui alfabetizada en “Evita mama pero me cuida” y mi generación se hizo montonera. Y no estoy haciendo valoración en esto, estoy mirando como la educación no es inocua, es decir, siempre la educación es preparación a futuro. Entonces vengo de esa generación, la generación que no estudiaba inglés porque era el idioma del imperio y el imperio ni se enteró y la que se embromó por no hablar inglés he sido yo por la cantidad de cosas que he desaprovechado. Es decir, entonces veo esa perspectiva de lo que fue la generación de los años 70.
Fue una época durísima, cruel y sangrienta…
Claro y lo que a mí me ha marcado es tener dos hermanos desaparecidos, tener una madre con pañuelo blanco. Eso tal vez, cuando la vida parecía que iba a ser normal y yo me veía estudiando porque siempre me había gustado, cambio todo.
Sos del norte de Córdoba y de golpe te vas a Europa. ¿Qué significó ese cambio para vos?
Puedo decírtelo irónicamente y hay que aclarar porque en nuestro país a veces la ironía es una protección que da el humor y la ironía y yo siempre hago bromas. Digo que los que nos fuimos a Europa volvimos social demócratas y los que se fueron a México volvieron populistas. Pero no. Que significa, porque la paradoja del exilio, es que vos en el mismo momento en que perder lo que te determina, lo que te define, lo que te protege, que es tu provincia, pasas a ser bautizada con el gentilicio de lo que has perdido. Entonces yo inmediatamente traspuse la frontera de Córdoba y pasé a ser la cordobesa, no importa todo lo que haya hecho o haga, siempre estoy bautizada con ese gentilicio.
De todos modos el exilio nunca es una buena experiencia…
El exilio es desgarrador, porque el destierro es quedarte a la intemperie, quedarte sin los afectos, sin lo reconocido, sin los olores. Eso es la melancolía profunda. Me fui a Europa y tuve suerte porque empecé a trabajar a la semana. Estuve en Lisboa y para mí eso fue también dentro de toda la desgracia que significa el destierro, yo he tenido un destierro venturoso porque empecé a trabajar en una agencia de noticias italiana, después trabaje en una agencia de noticias española que tenía 40 diarios de provincia y yo tenía que escribir todos los días 40 líneas para contarle a los españoles lo que pasaba en Portugal en donde había pasado la Revolución de los Claveles, que fue una revolución con claveles en las puntas de los fusiles, que la contraseña de la revolución con la que tiraron la dictadura más vieja de Europa, la de Salazar, se hizo con una canción. Entonces vos pensas, Portugal es un país que tiene un poema nacional. No le canta a una batalla, si no a un poema.
Pero tu carrera, al menos la parte más famosa, fue en España…
Empecé a escribir para España por esta agencia, y un día pasaba algo y ya me empezaban a llamar a mí para que escribiera porque ya se habían ido todos los corresponsales que habían llegado con la revolución de los claveles. Estábamos en el año 77. Y ahí me torne corresponsal de Cambio 16 y eso me dio también una perspectiva no sólo de experiencia sino también de poder, porque los portugueses al tener esa admiración a España, yo era corresponsal de una revista de enorme prestigio y en esa época en que todavía Felipe González era parte de los llamados “muchachos de pantalón de corderoy” que iban a Lisboa, porque Lisboa había derrocado primero al fascismo y además era toda la época de internacional socialista, todo lo que era el socialismo democrático. En esa época el primer ministro era Mario Suárez. Fue un periodo muy estimulante, a todo nivel. Pensa que Saramago era el director del diario de Lisboa, que yo lo conocía a Saramago como estalinista y gracias a que lo sacaron del diario, empezó a estar en la escritura.
¿Qué cosa te acordas de esos años?
La anécdota que yo recuerdo como una de esas cosas que te desnudan, que te marcan, fue cuando el 25 de abril, el día que se celebra como acá como un 9 de julio, entonces es el día Nacional, coincide con la primavera. La canción “Abril en Portugal”, en realidad son los claveles de la primavera. Entonces se hacía una gran ceremonia en un palacio medieval con todos los chicos con las banderitas, los claveles y yo entraba por la misma alfombra roja por donde entraba el Presidente con todo ese ritual de poder y creo que había un punto que ya hasta me lo creía porque iba por la alfombra roja, con la banderita y todo y cuando iba atravesando la alfombra roja escucho que alguien grita “cordobesa” y me hizo sentir que me desnudaba. Fue fantástico. Era un fotógrafo que había trabajado conmigo en Buenos Aires y siempre tengo eso; podes adornarte con todo, pero lo que permanece, si uno además no lo acalla, eso te determina en la vida.
¿Cómo fue vivir desde afuera lo que pasaba en Argentina en esos años? ¿Cómo lo mirabas?
Si algo le agradezco a los españoles, no es sólo el trabajo, les agradezco haber tenido el lugar donde yo podía denunciar lo que pasaba en mi país. Decir, acá había mordaza porque el país estaba aterrorizado por el miedo. España fue muy solidaria. España estrenó su libertad democrática denunciando la mordaza y lo que pasaba en Sudamérica y sobre todo lo que pasaba en Argentina. El país estaba permanentemente en las páginas de los diarios españoles denunciando lo que pasaba.
Recordando otro hito, el día que empezó el Mundial acá, yo me acuerdo que escuchaba la radio más importante de que Portugal, que era la radio Inachenza que estaba vinculada a la Iglesia. Prendí la radio esa mañana y cada media hora decía que los gritos de gol no tapen los gritos del dolor de los torturados. Imagínate lo que es estar a 10 mil o 12 mil kilómetros con eso.
Pero estar lejos seguramente te dio otra visión de la situación que vivía el país…
Me protegió también no haber vivido entre argentinos y los grupos del exilio. Como yo trabajaba, es decir, pude estar permanentemente escribiendo sobre lo que pasaba en Argentina pero sin desvincularme de lo que era Portugal, perder curiosidad y hacer amigos en Portugal.
Era muy doloroso porque uno no tenía idea de lo que había pasado acá. En esa época no había Internet, no había nada. Por teléfono yo tenía que avisar a un amigo mío que tenía teléfono que iba a llamar a determinada hora, y entonces iba corriendo a mi casa y avisaba que yo iba a llamar. Aún me veo a mi misma con esa enorme tristeza, pero nos sabíamos en la dimensión de lo que acá había pasado.
¿Cuándo comenzaste a trabajar en Argentina?
En el año 80 Cambio 16 me propone venir como corresponsal Sudaméricana a Brasil, yo llegó a cubrir la visita del Papa Wojtyla. Llego a Brasil cuando se producían las huelgas operarias y Lula Da Silva era el operario que enfrentaba la dictadura, además, algo que nunca se toma en cuenta en Argentina es que Lula fue una consecuencia, quien fue mentor de Lula, fue la Iglesia católica, la progresista, sobre todo la de San Pablo. Él tuvo un mentor fundamental que hasta ahora es su amigo, que es Frei Betto, que es un fraile dominicano que había estado preso en la dictadura. Esta es la otra diferencia que tenemos con Brasil, la iglesia apoyó el golpe en el 64, pero a las primeras denuncias de tortura se convirtió en una de las instituciones de más enfrentamiento al régimen militar.
Estabas estacionada en Brasil…
No, viaje todo el tiempo a Chile, Uruguay, que ya hacían su proceso para salir de la dictadura. Otra ironía o cinismo, yo digo que me convertí en una “transitologa” porque siempre viví en países donde pasaban de las dictaduras a la democracia. Pero me equivoqué, porque yo pensé que todo lo que había visto en España de cómo había sido la transición democrática, una transición que fue ejemplo, es decir que todo el mundo quiere imitar los Pactos de la Moncloa, pero no fueron pactos corporativos, fueron pactos políticos hechos en el Parlamento y cuando un dirigente comunista que podría haber sacado un millón de personas a la calle no los sacó, pero se sentó a dialogar en París con el emisario del Rey.
Esa responsabilidad que hubo en España, de una transición que fue pacífica, en que mucho de los hombres como Suárez que habían pertenecido al franquismo se convirtieron en figuras fundamentales de la transición democrática y ahí aparece un fenómeno que es lo que va a explicar porque me toma mi vida para poder responder a la pregunta inicial.
Y es ahí donde yo veo por ejemplo Uruguay es un país que utiliza un mecanismo sofisticado de la democracia, cual es el plebiscito para ver que se hace con el pasado. Entonces dos veces Uruguay vota que no se revise el pasado. Lo que yo aprendo, (hoy sé que aprendo, de momento no sabía) que cuando hay dictadura, y cuando se gobierna sobre muertos, que es lo que pasa con las dictaduras, no podes hablar de política. Es más, la que está muerta es la política, no hay categorías políticas para analizar en los regímenes que gobiernan sobre muertos. Argentina, Brasil, Uruguay o Chile. Por supuesto en maneras completamente diferentes. Porque si bien es cierto, todos forman parte del Plan Cóndor, muy diferente es lo que pasa en Brasil, donde no hay represión clandestina. Lo que marca a la democracia es su relación con el pasado, porque es ahí a donde está el secreto.
Dame ejemplos…
Si uno mira que pasó en el polo sur, tenes; los uruguayos que plebiscitan el olvido y tal vez por eso pudieron tener un presidente guerrillero. Brasil tampoco revisa el pasado. Finalmente los militares son exitosos en Brasil porque hacen el milagro económico: donde el país crece a tasa china, cuando el Brasil que es rural se convierte en un Brasil urbano, es decir, con toda la industrialización de lo que significó el periodo militar y donde los militares son los que controlan la democratización.
El último presidente militar, presidente general, que fue Figueredo, decía que mi compromiso es la democracia y al que se oponga lo reviento y el trae los exiliados y Amnistía la violencia política y empieza un proceso democrático como pasa con Chile, donde tal vez Chile sea el caso más emblemático, ellos tienen el dictador, puede haber concertación, se unen los que eran políticamente adversarios porque hay un dictador en frente y vitalicio. Entonces ya ves como lo que ha sido diferente; han sido los procesos de revisión del pasado.
¿Y en Argentina?
En Argentina fuimos más lejos que nadie. Y en ese momento histórico a principio de los 80, vengo a Argentina a cubrir el juicio de la Junta que es otro hito en mi vida. Yo no vuelvo a la Argentina democrática, vuelvo a la Argentina del pasado porque me interno durante 6 o 7 meses a ver esa reconstrucción, ese rompecabezas macabro que fue el terrorismo de Estado, a través de lo que nunca los argentinos tendríamos que olvidar, que esto se lo debemos a los sobrevivientes que vencieron su dolor, su silencio y fueron a denunciar delante de los jueces lo que habían vivido. A jueces que no especularon si la democracia iba a terminar. Había que estar en la piel de esos jueces cuando teníamos el aliento de la dictadura, cuando a la noche salíamos, después de cubrir el juicio a las 2 de la tarde, a veces salíamos a las 10 u 11 de la noche y teníamos los coches Falcón parados en la ventana. Es decir, en la puerta tenías una sociedad que no quería mirar el pasado, mientras el pasado era condenado en los tribunales, algo que no había hecho nadie en América Latina.
Mucho se dijo sobre el juicio a las Juntas…
Hay muchas razones para explicar porque termina después un juicio civil, pero lo que hay que decir también es que a veces cuando se falsifica la historia, porque se le pone categorías falsas, Raúl Alfonsín tenía una estrategia que era condenar a las cúpulas, pero “inocentar” (yo se que la palabra no existe pero es la más gráfica) a todos los que cumplieron órdenes, obediencia de vida.
Sin embargo, los jueces alteran la estrategia de pacificación de Alfonsín y en la sentencia ponen el punto 30 que es van a ser enjuiciados todos aquellos que son nombrados como torturadores, secuestradores por los sobrevivientes. Y ahí se desencadena estos tres mil juicios que es lo que explica el por qué le arrancan a Alfonsín las leyes de obediencia de vida y punto final por los levantamientos cara pintada.
He pasado muchos años de mi vida entre atormentados, entre personas con la marca de lo que fue los desaparecidos, es decir, ahora yo puedo reflexionar y la perversión del desaparecido es que nadie lo vio morir y como nadie lo vio morir tampoco se creyó.
Después de todo lo pasa resulta que ahora tener desaparecidos es como tener cucardas. Hay que recordar que los primeros 10 años de la democracia, uno tenía estigmas. Yo cargaba con el estigma de ser “la zurda”, perdías trabajos y la gente que se cruzaba de vereda cuando te veían hoy que se llenan la boca con el tema de los Derechos Humanos. Por suerte no soy resentida, pero tampoco me olvido de aquellos que se cruzaban la calle para no hablar conmigo o con los que teníamos desaparecidos. Y ese también fue un periodo que me permitió dimensionar lo que había hecho mi madre.
Fue una de las primeras en la búsqueda los hijos desaparecidos…
Mi madre fundó familiares desaparecidos en Córdoba, y con ella fui aprendiendo cosas, y eso explica porque yo abrace la causa de los derechos humanos. Porque la perversión del desaparecido es deliberada: secuestras y escondes el cadáver para negar el crimen. “No están” como decía Videla. Entonces eso es perverso, porque es perverso en tu propia vida que siempre seguís esperando saber dónde están y lo otro es como el otro tampoco cree, porque hay que construir; aquel que no tenía nombre había que ponerle nombre, había que ponerle vida.
Hay un hito también histórico, cuando comienza la búsqueda de las abuelas, que empiezan de una manera detectivesca y hay que siempre homenajear a Chicha Mariani que fue la que la ve en un diario en La Plata que se había hecho un descubrimiento en la ciencia con el ADN y sale por el mundo con Estela Carlotto a buscar ayuda en la ciencia, que la encuentran en Estados Unidos, en un organismo que se llama la “Avanzada de la ciencia”, que descubre este índice de abuelidad, que lo llaman así en homenaje a las abuelas.
Fui madrina del primer grupo que se encontró de hijos de desaparecidos en Córdoba y cuando vos escuchaba a estos chicos, detectabas que lo que sentían en el fondo era “papá porque me dejaste” y si no se entiende eso, no se entiende porque estos chicos después de alguna manera ven a Néstor Kirchner como un padre político y en esto a mí me parece brutal, porque tomó esta base lastimada, herida de nuestro país y se apropió de este dolor para hacer política.
¿Qué pasó en el medio?
Yo creo que culpa. Escribir siempre me permitió poder separarte para mirar tu propia tragedia, es decir, gracias a la distancia poder ir indagando más profundo.
¿Cuándo comenzó tu carrera política?
Como era corresponsal de una revista importante me invitaron a ir a la televisión y a ser conocida. Siempre había dicho que no iba a participar en política. Volví a Córdoba en el año 2000 porque había enfermado mi padre y justo volvía a Lisboa porque me habían invitado a participar en un congreso de periodismo y estando ahí recibo un llamado de Luis Juez, a quien yo no conocía. Yo siempre le había dicho que no, y en Lisboa cuando me llamó para proponerme ser candidata a diputada en un frente electoral, me dije ¿Y por qué no? Y me di cuenta que había dicho muchas veces que no por todo el condicionamiento cultural de prejuicio, que la política es sucia. La gente decía ¿qué va a hacer usted ahí? ¿Qué tiene que ver con eso? Y yo siempre me decía, el cadáver que nos deja la dictadura, es la política.
Y aceptaste…
Y bueno, se hacían apuestas que yo no duraba ni tres meses, y mira vos, me quedé 10 años. Fui diputada y fui senadora y la verdad es que creo que lo primero que me dio la política, es aprender todo lo que ignoraba. Yo me creía una periodista que conocía todo e ignoraba cómo funciona el Estado, ignoraba como es necesario que trabajemos para que haya idoneidad en el Estado y evitemos que sean siempre los aventureros los que tomen la política como profesión. Lo que yo no sabía es que me iba a topar con el kirchnerismo, que fue lo más doloroso que vi en términos de ver la utilización de los Derechos Humanos.
Pero a pesar de estar una década en el Congreso, no te consideras una política…
Yo siempre digo que no soy una política, es no es una profesión, participo en política y cumplo función política, como ahora que presidió el Observatorio de Derechos Humanos del Senado de la Nación. Esos 10 años en el Congreso a mí me dieron la posibilidad de algo que ignoraba completamente que es que nuestro corazón jurídico y filosófico de la Constitución, son los Derechos Humanos.
En muchos pasajes de este reportaje te réferis al pasado y su relación con el desarrollo del país…
Estudie muchísimo todos los procesos de cómo es la relación con el pasado, que es lo que determina las democracias y bueno, escribí un libro que lo llame ” De la Culpa al Perdón”, a partir de una frase de Massera que en el juicio dijo “yo soy responsable pero no me siento culpable”. Mi reflexión en la época, cuando yo escuche esa frase teníamos miedo todos, yo no me di cuenta lo que él estaba diciendo. 20 años después con la distancia que dan los años, yo digo “claro, que dijo Massera. Dijo: yo soy responsable de haber mandado a matar, pero ustedes, los jueces, la Iglesia, la prensa, las empresas, son culpables de haberme dejado matar”. Y esa relación entre culpabilidad y responsabilidad nos atraviesa como sociedad.
En realidad nunca nos hacemos cargo como sociedad…
Sí. Nosotros no tenemos nunca responsabilidad, la culpa siempre la tiene el otro. Vos ves como educamos a nuestros niños en las escuelas. No tenemos la responsabilidad como un valor fundamental en la vida compartida. Es decir, yo hago este acto y soy responsable por el efecto que tiene ese acto.
Yo termino este libro que para mí es mi libro más comprometido y se llama “De la Culpa al Perdón” y yo ya tenía libros publicados; había publicado el de María Soledad, había publicado “el Harem” sobre los árabes en Argentina, había publicado “la Gran Pantalla” en relación al periodismo, pero ninguna editorial quiso publicar el libro y empecé a querer responderme a mí misma ¿por qué nadie quiso publicarlo?, ni las grandes ni las chicas. Me trataron bien y demás pero nadie tuvo esa responsabilidad de decir “mira, no lo vamos a publicar porque (…)”.
Ahí estaba el origen de lo que después vimos, como se le tiene miedo a la izquierda, como se le tiene miedo a los organismos de Derechos Humanos. Creo que lo que hay en nuestra sociedad es una enorme culpa y que de alguna manera explica lo que han sobreactuado después durante el kirchnerismo, con el tema de los Derechos Humanos.
Doy un ejemplo: cuando vino la Comisión de la OEA, mi madre contaba siempre que coincidió con el Mundial, que hacían las filas en la Avenida de Mayo y venían los chiquilines que en la época todavía usaban el saquito azul y el pantalón gris del secundario, a insultarla. Le decían “vayanse antiargentina, antipatrias” y todos los insultos que después hemos visto en otras situaciones.
Y yo siempre me pregunté: ¿qué edad tienen esos chicos hoy? ¿Qué edad tiene el muchachito que a los 12 años insultó a las Madres y después vio que significaban las Madres, qué significaba los desaparecidos? Vinieron las películas, los testimonios verdaderos y la utilización de los testimonios.
Creo que lo atraviesa es profundamente culpa y en el caso de los Kirchner es clarito. ¿Quién puede pensar que el compromiso con los Derechos Humanos es descolgar un cuadro de la pared? Cuando vos tenes que dejar el cuadro y dejar un listón negro o lo que se te dé la gana, pero no negar la historia.
Los Kirchner nunca fueron muy afectos a la defensa de los Derechos Humanos en su convicción…
Kirchner vino a Córdoba y yo ya era diputada, fuimos a La Perla y me acuerdo que llovía a cántaros, y fue humillante porque vinieron los porteños a un palco enorme y a los cordobeses nos pusieron prácticamente en un corralito y era la primera vez que entrábamos a La Perla y era casi como ir con una flor en la mano. El empezó a gritar, a insultar a Menéndez. Me acuerdo que a mí me dio un rechazo, me molesto, era como una profanación. Que yo lo que he aprendido, es que quien ha sufrido no insulta. Hay un escritor de Israel que dice que el dolor es más fuerte que la ira. Por eso cuando me preguntan cómo es que ni tengo odio, digo que realmente el dolor es más fuerte.
Para muchos analistas el kirchnerismo terminó banalizando de tal forma el tema de Derechos Humanos, que hubo un retroceso cultural enorme en el tema…
A mí lo que me duele es que hemos perdido una posibilidad histórica con el kirchnerismo, porque tenemos las décadas; primera década, la inmediata, la primavera, donde todos nos mirábamos con alegría. Cuando surgieron los organismos de Derechos Humanos.
Después vino la segunda década, que fue la económica, de las privatizaciones y demás. Y después viene la tercera década que es la que tendríamos que haber trabajado la reconciliación porque no hay que tenerle miedo a las palabras, ¿qué violan las dictaduras? La convivencia democrática. Entonces hay que reconciliar lo que está dividido.
Yo padecí cosas horribles de los organismos de Derechos Humanos, difamándome. Decían que yo promovía el fin de los juicios y nunca salí a responder porque era darles el carácter de Tribunal. Yo no aceptó Tribunales, ¿quiénes son para juzgar lo que yo he hecho o no he hecho? Eso lo ha hecho el estalinismo, yo no puedo aceptar que aquellos que son mis iguales en el dolor me vayan a juzgar, que yo tengo derecho a decir y además porque lo han hecho todos los países. Otra cosa es el perdón, que es íntimo y no se debate públicamente.
¿Qué pasó con la intelectualidad argentina en la época del kirchnerismo? Generaron otra suerte de izquierda progresista, entre comillas, y hasta obtusa incapaz de ver a los costados y se transformó en un colectivo fundamentalmente antidemocrático…
Primero que nosotros no tenemos una tradición democrática. El peronismo no es democrático, el peronismo tiene idea de movimiento, tiene una cultura de poder y en el mismo movimiento tiene derecha e izquierda, pero es una concepción de movimiento y el movimiento no es democrático porque en la democracia tiene que hacer partidos políticos. La izquierda tampoco es democrática, había que hacer la revolución social. El fin justifica los medios, es decir, que para llegar a este fin noble de la justicia social, la revolución, no importaba que se hacía en el medio y tenemos ejemplos a lo largo de la historia terribles, que todas las revoluciones han terminado en pesadillas totalitarias. Fíjate lo que pasó con la intelectualidad y el estalinismo, que no denunciaban las cosas espantosas que hoy sabemos que hizo.
Ahora, en nuestro país hay otro aspecto, que es que siempre la cultura de derecha, el peronismo de derecha, los militares, han tenido siempre mucha desconfianza a los intelectuales.
Me acuerdo una vez, en una entrevista que le hice a Aldo Rico me dijo que la duda era la patraña de los intelectuales, y yo le digo “bueno, usted a mí me fusila ya porque yo lo único que hago en la vida es dudar”, a lo que respondió que yo no podía dudar, que tenía que tener objetivos. Pero eso es en la batalla, en el ejército porque en la vida uno vive como puede y como lo dejan.
Los intelectuales eran perseguidos socialmente en la época del peronismo, no tuvieron una jerarquía social como tienen otros países. En Brasil o en Chile cuando llegó la democracia, a los intelectuales los nombraron agregados culturales en la mayoría de las embajadas, y varios de los músicos en cargos importantes. Nosotros no tenemos esa tradición. Por lo tanto, lo mismo que hace Kirchner con los hijos de desaparecidos y hace con las Madres, les dan un lugar en el poder, las hacen entrar al Palacio y algunas se quedan en el Palacio y bueno, yo no quiero juzgar de manera personal.
El país cambio, pero parece que la mentalidad del peronismo no…
La sociedad argentina hoy es infinitamente más compleja que lo que fue en la época de Menem o lo que fue al inicio de la democracia, entonces me parece que con los intelectuales hay mucho de culpa, de sobreviene y yo hablo de estas cosas porque las he podido reconocer en mí y cuando ves literatura de otros países, la culpa por haber sobrevivido, es muy fuerte.
¿Qué hay que hacer con eso?
Se podría empezar a reconocer lo que paso acá. Una vez que subí a un avión y me crucé a una profesora que yo le tenía mucho respeto porque tuvo mucha influencia en mí, la tomé para saludarla y me miró con un odio y yo pensé “esta mujer me odio siempre”. O personas que venían a tu casa por amistad, y yo les abría la puerta de mi confianza, o personas que porque se hicieron kirchneristas no me querían ver y yo les decía “¿Por qué te enojas? Persuadirme.
Hay mucha rabia…
Yo desconfío de los que gritan y desconfío de los que se enojan. Porque cuando vos convicción, lo que haces es tratar de persuadir y también tenes que estar abierto al razonamiento del otro. Mi generación es sectaria. Un ejemplo: lo que nos cantaban los muchachos peronistas en la Universidad: “mujeres son las nuestras, las demás están de muestra”. ¿Las demás quiénes eran? Las burguesas, las bolches; mira ese sectarismo. Nos atraviesa una cultura sectaria. Y hoy, cuando yo veo cosas que decía Perón incitando a la violencia, juro que me da una angustia porque digo “¿cómo de joven pude creer que Perón podría ser un líder democrático?” o el delirio de haber votado Perón y su mujer. Hay cosas que hoy me digo “¿qué hay entre nosotros que tenemos esa capacidad de no ver la realidad? Siempre la interpretación es más fuerte que el hecho que nos ha tocado vivir.
¿Cómo es tu relación con los Kirchner?
No tengo nada contra Cristina, no tengo sentimientos negativos, pero si tengo mucho contra lo que ella encarna. Yo creo que ella encarna un modelo de poder no democrático en donde se aprovecharon de los Derechos Humanos.
El problema es que los Kirchner han lastimado el concepto de derecho humano porque entre nosotros todavía la sociedad cree que son los juicios a los represores, pero son juicios por violaciones a los Derechos Humanos. Los Derechos Humanos conjugan con la vida, con la democracia, con la libertad, con la pacificación, que son derechos democráticos. En ese sentido hay un instrumento político maravilloso, y esto es lo que me ha permitido a mi poder ahora de alguna manera devolver lo que yo no tuve como legisladora. Yo presidía una Comisión de población y desarrollo que le competen todos los temas de Derechos Humanos y nunca me dieron quórum. Era el Parlamento manejado a control remoto desde el Poder Ejecutivo.
Hoy cuando veo a algunos personajes, que los veo tan democráticos en lo que dicen, pienso “Muchachos, ¿Cuál es el verdadero? El que yo vi como defendió e imponían el número y ni una coma te permitían. No había debate”, o este. Durante el Kirchnerismo se manejaba el Congreso por control remoto desde el Poder Ejecutivo. Y después llegó la contaminación económica de los organismos, que fue la gran perversión.
¿Porque consideras una perversión los fondos destinados a las ONG afines al Kirchnerismo?
El Estado tiene que hacer casas, no le tenes que dar a una ONG o a una líder sindical o aborigen o lo que sea. No podes tercerizar lo que es una obligación del Estado. Tenes que garantizar la educación, la salud y no le podes dar a organizaciones que te hagan casas, no le podes dar a la Universidad que te haga lo que vos tenes que hacer. Ahí como vemos ahora que fue una fuente de corrupción, que parecía un sistema deliberadamente pensado para tercerizar, o sea que la corrupción la hacían los Schocklender y los sueños compartidos que se convirtieron en una pesadilla compartida.
No hay un solo aspecto que no hayan contaminado…
No. Y después el daño y las consecuencias las vivimos hoy. El Derecho a la Identidad, que es un derecho fundamental, que fue el derecho de los niños nacidos en cautiverio o secuestrados, apropiados. Que se hayan hecho dos leyes; una para apropiarse del Banco Nacional de Datos Genéticos, que había sido una conquista unánime de todo el Parlamento en la época de Alfonsín y que después por un proyecto de Carlotto que lo vinculan al ADN compulsivo. Pedí que haya debate: un chico que tiene 18 años y dice “yo no quiero conocer mi historia”, ¿El Estado puede obligarlo? Es un dilema. Y como es un dilema tiene que salir de los organismos de Derechos Humanos para que la sociedad se haga cargo de lo que ha pasado, tienen que ser debates de la sociedad.